Durante ocasiones anteriores, cuando terminé mis dos relaciones románticas importantes, no perdí el juicio, no me volví "loco temporal". ¿Por que ahora? La edad no debió ser impedimento; al contrario, sostén como resultado de la experiencia. Los controles anteriores escondieron lo sentido, negaron la pérdida. Hubo locura disciplinada. En los quebrados anteriores las lecturas sirvieron de estructura; en el de ahora, aunque por un lado, ayudaron a mantener el limitado juicio, fueron parte de la causa.
En los cuentos que oía en Guayama sobre cartas inéditas que Palés Matos le escribió a su amor imposible: una joven blanca, aristocrática, del muy racialmente dividido pueblo de aquellas épocas, a la que el poeta mulato no podía ni acercársele; en las cartas de una monja portuguesa, Mariana Alcoforado, una joven monja, abandonada por su amado después de una breve y apasionada relación; en Kafka y Felice, Amorim y Lorca, Sor Juana y el Arzobispo, Florentino Ariza y Fermina Daza; en tantos amores no consumados, y epístolas que testificaron sobre los mismos; en las lecturas sobre viejos que son víctimas de fraude en la red cibernética, encontré las fuentes de la "locura temporal".
A esa tercera edad cuando el fin del camino se acerca, todo aquello que las lecturas anteriores ayudaron a formar, lo descarrila. La vergüenza, el dolor visceral, el miedo, el odio, la ira, la venganza, una vez despreciadas por la juventud irreverente y transgresora, se apoderan de uno, y tumban, desmantelan las defensas. Y en gran medida, por haberse hecho parte del psique, moldeándolo, las lecturas activaron el desquicio del mismo, lo derrumbaron; también sirvieron para encaminar de nuevo las rutinas y la escritura de un viejo lastimado, mejor informado. Esperemos que otras lecturas, en su suma, no nos fragmenten otra vez. Puede que para ese momento, no importen.
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