Unos comentarios y chistes racistas que un suramericano ha hecho en distintas ocasiones me han llevado a los apuntes, diarios y lecturas sobre el mundo jíbaro en el que me crié: su forma de hablar, pensar y comportarse. Los jíbaros hemos/han sido representados como violentos, atrasados culturalmente, huraños, a menudo, seres patéticos. En Guayama, recuerdo de niño, éramos motivo de burla, de parte de los blanquitos del pueblo y sus pseudo-blanquitos (qué mucho mulato en ese pueblo andaba/anda con ínfulas de estatus y negaba su herencia africana).
Aquel ideario de origen clasista servía para distinguir la genealogía virtuosa y superioridad cultural de las clases medias urbanas y denunciaba a los no 'virtuosos'. Esto es: los pobres, los jíbaros. En muchos casos, esa virtuosidad y superioridad cultural puede estar contaminada con cualidades nada encomiables como lo son la traición, la deshonestidad vestida de diplomacia (conozco unos cuantos que sufren de esas cualidades, y he leído bastantes libros y visto películas que las representan muy bien). No es un pueblo solamente el portador de una cultura, sino además, su rehén, y donde hay dos escalas de valores distintas, si no se dialogan, un choque es inevitable.
Dentro de la cultura del jíbaro, el honor fue uno de esos valores reproducidos. Su defensa estaba ligada a otros valores: la honradez, traición, lealtad, reputación, vergüenza, respeto. Cuando un vecino, o un supuesto amigo, o un pretendiente le falta el respeto o lo traiciona o le miente a un jíbaro o a sus descendientes están retando, minimizando su sentido del honor, y lo obligan a que se defienda, a cómo dé lugar. De eso que no quede duda.
Friday, September 30, 2016
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