Eros es un bolero, y un bolero es un tango en la temblorosa y angustiosa voz de Felipe Rodríguez, quien "al ver la cama vacía" mezcla los dos géneros musicales, y acompaña la luz de la calurosa tarde del febrero austral.
Luces y sombras, y Felipe Rodríguez iluminan, alumbran la habitación color blanco estéril y el cargado mundo de tubos y equipos que, quizás, maquillaron con sus brillos y líquidos la pálida cara de la que pasó su vida detrás de una telenovela, novelita romántica copiada de una revista de modas y quinceañeros.
¿O no fue ella? ¿Habrá sido un amigo fiel, como sugiere la voz del cantante de bolero-tangos, el que una vez estuvo en la cama vacía?
La cama vacía, el Porsche, destruido.
Un tango no es un bolero, excepto cuando lo canta Felipe Rodríguez. Con su muy particular estilo -"casì agónico y rodeado de un silencio sepulcrar/ con su ternura habitual, la que siempre demostró"- logra ambientar el clima que se necesita para sentir el amor o el dolor, si se pierde un amigo, un amor, y se entra en un nuevo estado anímico.
- ¡Estoy viva!, estoy viva!
- .......,,,,,,
-¿Dónde estoy?
- .....,,,,,,,,
- ¿Qué hago aquí?
El borrador no progresa. Ante la inercia y falta de palabras, los correos electrónicos y el contestar mensajes sirven de escape, aliento, ahogo, motivos para sentirse ligado a algo, esperar por un nuevo enlace, continuar saltando en la rayuela circular del bolero, incluso cuando es tan triste que casi se hace tango.
El bolero tango no termina; una pausa lo silencia, un momento de reflexión activado por un mensaje electrónico cuyo contenido golpea y expande la respiración, amortigua la sofocante e insoportable espera, y sirve de enlace cibernético, llevando al oyente, el bolerista o al autor a la música y sus críticos en la red.
Un mensaje que logra mover el estado de ánimo del espacio que ocupa la ansiedad, la mudez o la inercia, a un nuevo tipo de bolero, a los planos donde se es guiado por la palabra, los ritmos.
El bolero se hace tango. Ambos géneros entran en una relación metonímica, para cantar a unos amores desgraciados o cíclicos. Por un lado, el tango no permite una solución posible; por otro, el bolero transforma ese amar en una oda a la utopía. Ambos sugieren que un "viejo amor, ni se olvida ni se deja".
El bolero-tango logra que la angustia y lo idílico se junten en una relación simbiótica, y es la voz temblorosa, suicida pero a la vez libidinosa del bardo conquistador, la voz de Felipe Rodriguez la que lleva a los amantes en Punta, el escritor en Manhattan y la Tellado en el fondo a bailar juntos y cada uno por su lado; a temer lo peor o a esperar el regreso de lo amado.
En la versión felipeniana, lo tango de la canción encuentra la cama vacía; su tiempo de bolero le da margen a los amados para seguir soñando.
- ¿Qué hago aquí?
- El Porsche, ¿de quién era?
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