Anunciada como posible tormenta, la depresión tropical, que de fortalecerse se llamaría Isaías (como mi primo -DEP-), pasó al sur de la isla y solo trajo aguaceros voluminosos y duraderos. La preparación antes de la misma no deja de causar tensiones, y obliga a tener que esperar en filas kilométricas en la ferreterís y supermercado; empeorada la situaciòn si uno no tiene carro, y a caminar con las compras bajo un sol infernal por calles sin aceras.
Atenuada la aniedad con las llamadas de los amigos, ofreciendo ayuda o preocupados por el bienestar de un viejo, y el sobrinonieto que siempre pregunta, “Are you ok?”. Respondo con un “gracias” y añado: pregúntate, cuántos ancianos conoces que todavía, a los 76, el cuerpo los aguanta y persevera; a ver si pueden subir la cuestita de la Canals con dos bolsas de compra, y cuatro botellas de vino.
Chateamos sobre Isaías, la tormenta, y mi primo, quien fue el primer universitario y millonario de aquella familia de jíbaros que una vez vivía en el Jájome prechicquería. Mi primo estudió comercio, se movió con fineza y talento por el mundo de las élites económicas, políticas e intelectuales en la isla. No le explico sobre la relación entre el Jíbaro perfilado y de tez clara, escogido como imagen, ícono de la puertorriqueñidad, por cierto tipo de intelectual y político burgués isleño, filtrando quién sube de clase y quién no, creando la masa educada y clases medias que hoy poblan los suburbios en Guaynabo y otras zonas de Puerto Rico, divididas por clases y colores. Mi primo supo jugar muy bien con aquel nuevo Puerto Rico y entró en las altas esferas del poder en la colonia.
Continuamos sobre la cena que una amiga, por estos dias, iba a dar en su casa de Miami, para celebrar sus 74 años, las ropas que pensábamos comprar, lucir "tres chic" rodeado de gente culta y cosmopolita, conversando sonre arte y letras, alta cultura y vinos de primera. La fiesta fue pandemicamente pospuesta. El sobrinonieto presta poca atención al tema de la cena, y mucho menos a la historia de la vida de otro primo.
“Cuatro botellas!”: exclama. Olvida que no puedo subir y bajar hasta el mercado, el banco y la farmacia todos los días, que caigo dentro de las personas en riesgo por asuntos de edad, sistema inmunológico comprometido, artritis y varices, pulmones afectados por el humo, así que compro cuatro botellas, que me duran los siete días que paso entre compra y compra, aunque, a veces, cuando vienen y van las tormentas, vivo los últimos dos días sin ninguna, o, cuando me voy en "detox", las conservo todas y en el próximo viaje al supermercado regreso, distinto a mi primo que tuvo chofer, a pie, protegido por mi mascarilla, sin vino.
Chateamos sobre Isaías, la tormenta, y mi primo, quien fue el primer universitario y millonario de aquella familia de jíbaros que una vez vivía en el Jájome prechicquería. Mi primo estudió comercio, se movió con fineza y talento por el mundo de las élites económicas, políticas e intelectuales en la isla. No le explico sobre la relación entre el Jíbaro perfilado y de tez clara, escogido como imagen, ícono de la puertorriqueñidad, por cierto tipo de intelectual y político burgués isleño, filtrando quién sube de clase y quién no, creando la masa educada y clases medias que hoy poblan los suburbios en Guaynabo y otras zonas de Puerto Rico, divididas por clases y colores. Mi primo supo jugar muy bien con aquel nuevo Puerto Rico y entró en las altas esferas del poder en la colonia.
Continuamos sobre la cena que una amiga, por estos dias, iba a dar en su casa de Miami, para celebrar sus 74 años, las ropas que pensábamos comprar, lucir "tres chic" rodeado de gente culta y cosmopolita, conversando sonre arte y letras, alta cultura y vinos de primera. La fiesta fue pandemicamente pospuesta. El sobrinonieto presta poca atención al tema de la cena, y mucho menos a la historia de la vida de otro primo.
“Cuatro botellas!”: exclama. Olvida que no puedo subir y bajar hasta el mercado, el banco y la farmacia todos los días, que caigo dentro de las personas en riesgo por asuntos de edad, sistema inmunológico comprometido, artritis y varices, pulmones afectados por el humo, así que compro cuatro botellas, que me duran los siete días que paso entre compra y compra, aunque, a veces, cuando vienen y van las tormentas, vivo los últimos dos días sin ninguna, o, cuando me voy en "detox", las conservo todas y en el próximo viaje al supermercado regreso, distinto a mi primo que tuvo chofer, a pie, protegido por mi mascarilla, sin vino.