Con el pecho inflado, lleno de sí mismo, fanfarrón, el médico cubano -lo fue en Cuba, en los EEUU nunca pudo revalidar- dijo: “En Puerto Rico no se toma buen café”. No era la primera vez que lo oía, así que concluí que entre algunos cubanos era común sostener y decir públicamente: “En Puerto Rico no se toma buen cafê”.
Al tanto de la historia del café en Puerto Rico (cuando los EEUU invadieron a Puerto Rico, devaluaron el valor de la moneda española un 60%, obligando a los jíbaros a vender su tierras a las corporaciones gringas, quienes lentamente destruyeron la economía más poderosa en la isla, el café); haber experimentado con mi bien educado paladar la calidad de algunas variedades de café de sombra o de las que no son afectadas por el sol directo, Arábiga o Caracolillo (o una variedad, hoy marca Alto Grande, que había estado por muchos años, desde el siglo 19, surtiendo al Vaticano y mercado europeo); disfrutado en el campo de cafés exquisitos, granos acabaditos de tostar y molidos, decidí preguntar qué café tomaba. No me dijo ninguna de las variedades más comunes; mucho menos, las menos conocidas, incluyendo la que es procesada por cierto tipo de mono. Dijo con firmeza, como si fuese un últimatun, la marca del café más común entre los pobres e incultos de los EEUU -en cuanto a café se trata-, cuyas latas no dicen ni de dónde traen ese grano, ni que cuando lo recogen, mezclado con “sabrá Dios qué”, sobretostado para matar los “agentes foráneos”.
Ya había estudiado y confrontado los comportamientos de las pequeñas burguesías latinoamericanas en Queens, New Jersey y el Alto Mahattan, que buscan congraciarse con los “gringos blancos”, asumen posturas eliltistas y arman todo tipo de “disparate” para desasociarse del hombre o mujer, sexo o etnia o raza, discriminado; incluyendo, despreciar uno de los mejores cafés del mundo. No fue el primer cubano immigrante ni sería el último que gustaba de hacer comentarios con poco peso sobre lo puertorriqueño. Callé ante tanta ignorancia.
Ya había estudiado y confrontado los comportamientos de las pequeñas burguesías latinoamericanas en Queens, New Jersey y el Alto Mahattan, que buscan congraciarse con los “gringos blancos”, asumen posturas eliltistas y arman todo tipo de “disparate” para desasociarse del hombre o mujer, sexo o etnia o raza, discriminado; incluyendo, despreciar uno de los mejores cafés del mundo. No fue el primer cubano immigrante ni sería el último que gustaba de hacer comentarios con poco peso sobre lo puertorriqueño. Callé ante tanta ignorancia.
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