Lo delataron, sacaron del armario. Asustado, el camaleón se acomodó su máscara, aterrorizado, se repite, una vez más, corre despavorido. Las identidades caribeñas en continua lucha cambian de colores, y asumen posturas contrarias a las que otros le señalan.
En el cuento Música para camaleones, Truman Capote escribe eobre una mujer mulata, rica. alta y esbelta, quizá de setenta años, pelo plateado y soigné, ni negra ni blanca, del color oro pálido del ron. Es una aristócrata de la Martinica que vive en Fort de France, aunque también tiene un piso en París. Madame le deja saber al narrador del cuento que no es un hombre sincero, y puede, que hasta desprecie a los negros de Martinica: otro camaleón.
“¡Me voy!": fue todo lo que dijo, indignado, con voz ahogada y pose de machoide, jabao blanqueado por fuera, pero por dentro, sus colores confundidos, el camaleón boricua desaparece. Decide relajarse, no hacer caso, cambiar de ambiente, recrearse en un bar en barrio proletario de Santurce.
“Sedante, y también inquietante. La oscuridad, a medida que uno mira dentro de ella, deja de ser negra, pero se convierte en un extraño azul plateado: el umbral de visiones secretas. Como Alicia, me siento al comienzo de un viaje a través de un espejo, recorrido que vacilo en emprender.”
Perseguido por su consciencia, la neutraliza, adormece, engaña con alcohol y fármacos: antidepresivos, pastillas para dormir. Su identidad sacrificada, hombría decorada por poses y voces, y la moral matizada por el morbo que la domina, lo guía, fomenta la violencia a costa de satisfacer su insaciable necesidad de vivir para ser dominado por su obscuro psique, un espejo negro, un personajes de Truman Capote, y sus obscuras almas.
“Durante todo el rato, el espejo negro ha reposado en mi regazo, y una vez más mis ojos buscan sus profundidades. Es extraño adónde nos llevan nuestras pasiones, persiguiéndonos como un azote, obligándonos a aceptar sueños indeseables, destinos inoportunos.”
Pretende ser bisexual, con una mujer como escudo, mas igual que los reptiles en el cuento de Capote, se desliza a escondidas, se mueve por los arrabales de San Juan en busca de chulos, de hombres straights, y cuando estos no bastan, trata de conquistar gays que sean amantes de otros, de aquellos a quienes él pretende ser su amigo. Busca satisfacer su más obscuro deseo de conquistar lo que es no es suyo, lo prohibido. Es tan conocida su historia, que su careta ya no lo esconde, conocen los distintos colores de su piel.
“Al levantar los ojos del demoníaco brillo del espejo, noto que mi anfitriona se ha retirado momentáneamente de la terraza y ha entrado en su salón umbrío. Resuena un acorde de piano, y otro. Madame esta jugando con el mismo son. En seguida se reúnen los amantes de la música, camaleones escarlatas, verdes, espliego, un auditorio que, alineado en el suelo de terracota de la terraza, se asemeja a una extraña adaptación escrita de notas musicales. Un mosaico mozartiano.”
Guiado por sus instintos, en su búsqueda de satisfacer sus obscuros y ansiosos deseos, sin importar limites ni lealtades, entra, saluda, se desliza, esconde, se mueve como los camaleones en el clásico cuento de Capote y atrapa su presa.
"Finalmente, los camaleones se amontonan: una docena, otra más, verdes la mayoría, algunos escarlata, espliego. Se deslizan por la terraza y entran correteando en el salón: un auditorio sensible, absorto en la música que suena. Y que entonces deja de sonar, pues mi anfitriona se yergue de pronto, golpeando el suelo con el pie, y los camaleones salen disparados como chispas de una estrella en explosión."
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