Tuesday, July 21, 2020

EL PORQUÉ DE LOS INVITADOS AL VELORIO DE MYRIAM BEDOLLA

Mi crianza en el Pueblo de los Brujos entre catolicismo ortodoxo y misas en latín, espiritismo y prácticas animistas, pasando por los estudios de teología que una vez hice en la Católica de Ponce, me prepararon muy bien para ser un excelente asistente a un velorio tradicional o, de no haber velorio, a un ágape con tonalldades de recordatorio y reunión de iguales, en las cuales el difunto es solo una excusa para complacer egos y orgullos. 

Myriam, contigo, con lo antiburguesa que eras en tu vida diaria, no te veo muy integrada en ninguna de los dos formas de honrar un muerto: la primera, solemne y demasiado teatral; y la segunda, artificial, casi siempre organizada por viejas pequeño burguesas, quienes jugarían, supongo, con tus obras de arte y cuentos de vida, pretendiendo ser bien “al margen de la cultura”, antirracistas, “gay-friendly, but not too many in the memorial”. 

Siempre te vi como una de las pocas personas que no habían caído en las trampas de las clases y prejuicios fáciles. Recuerdo que una vez visité tu escuela y conocí tu trabajo, decidí ayudarte a conseguir la beca para que hicieses tu maestría en CCNY, cuando yo dirigía un proyecto con fondos federales, y a dos de tus maestras también las bequé; coloqué “student-teachers” en tu escuelita para que no sólo aprendieran de ti y contigo, sino que tu staff pudiese usar los “course waivers” y alguien más en la escuela tomara cursos en CUNY; te invité a mi casa en Guayama y conociste de cerca mi familia, a mi pareja de más de una década, Günter y a otros amigos míos íntimos del mundo de downtown, parecidos a ti: nada que ver con esos que juegan a ser simpáticos y “progresistas”, aquellos que a la hora de la hora entierran a los muertos como viven sus vidas. 

Dice Phillipe Aries en su libro sobre la historia de los funerales, que los ritos de los mismos han ido de honrar la muerte como parte de “aquello” que nos une a todos, inciensos y oraciones, a usar los velorios o recordatorios como vitrinas de las vidas de los que los organizan. Por lo menos, Myriam, no te vistieron y crearon una puesta en escena, tableu vivant, al estilo de algunos boricuas proletarios que hasta que el Covid "les quitó lo baila'o", andaban embalsamando cadáveres, copiando algo de las vidas de los velados, exponiendo a los muertos, no en un ataud, al contrario: como si hubiesen estado jugando dominós, al lado de una vellonera; en un sillón, sentados frente a las telenovelas. 

No es que los velorios dramatizados boricuas en funerarias especializadas en la materia no te hubiesen "volado los cascos", ni que fueses maravillada por una recreación escenificada de tu estudio en SoHo, con un cadáver en pose de artista presumido -uy!, cómo se burlaban en tu atelier, mid 70s, de la artificialidad de las clases medias suburbanas, "Long Island, here I come", que compraban lo trabajos de los artistas que por allí jangueaban-: el argentino que aullaba; el uruguayo que revolcaba los lenguajes de moda en las letras y letrados; el brasileño cuyas joyas bordeaban en un rococó tropical empalagoso, quien para los 80s, siendo puro hueso y piel, no quería morir y tuvo que ser enfrentado con una especialista en ayudar a los enfermos del Sida a darse por vencidos. Todos ellos formando un tablado funerario. 

No Myriam, tampoco estarías cómoda con un velorio virtual; aunque, creo, que lo menos que esperarías fuese que para tu duelo estarías rodeada de señoras y seńores pequeño burgueses, disfrazados de “progre multi culti”, alabando tus obras e historias; completamente opuesto a cómo veías y vivías la vida. Aunque, si de algo estoy seguro es que, como buena latinoamericana, que gustan(mos) tanto de la burla (dicho por Elena Poniatowska, evidenciado en mucha de la obra de García Márquez), desde los cielos te gozarías enormemente tus funerales; y esa es razón suficiente para organizarte más de uno. 

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