Lo dijo dos veces -“Te estoy velando”- al niño de unos ochos años en una escuela primaria; el trabajo de campo, cumplía con el último requisito, como estudiante de pedagogía en un college de Nueva York. Estudiaba bilingüismo y educación primaria. Uno de los propósitos de la observación era poder evaluar a la docente frente a un grupo de estudiantes de un tercer grado, trabajando en distintas actividades. En una de las mesas, un inquieto, desconsiderado y desestabilizador chiquilín la tenia nerviosa -la están evaluando- y ella responde en lo que bordea en jerga, con un “te estoy velando”, típico de sala o barrio caliente. El nene la retaba frente al supervisor y seguía “jodiendo” hasta que la llamaron y le dijeron que ella con su “te estoy velando” calentaba más la situación, que el nene entendía muy bien y que se imaginaba cuáles podían ser las consecuencias, no iba a dejar de “joder” hasta verlas. Ella entendió, agradeció, desde donde el supervisor “venia” como observador, y siguió las sugerencias: llamó al imprudente, le leyó la cartilla, y luego a la autoridad mayor del aula, la maestra cooperadora que estaba en sus tareas y no se había dado cuenta de lo que pasó. El nene bajó la cabeza de miedo o vergüenza, y puso atención a la muy nerviosa joven estudiante de pedagogía, quien también tuvo que pulir el estilo, reflexionar sobre las llamadas “interacciones verbales” y sus entornos, contextos, dónde, cómo, y textos.
Subscribe to:
Post Comments (Atom)
No comments:
Post a Comment