La Biblia la considera un pecado. Advierte contra ella. Los psicoanalistas se fijan en los eventos y estructuras en el subconsciente que la motivan. Las leyes tratan de controlar su desborde. Personajes llenos de la misma, obsesionados con poseer objetos, dinero, apoderarse del poder en la política, han sido estudiados, recreados en la literatura, en la pintura, esculturas. Cada estatua por Botero la represnta. Cada imágen de Napoleón la recuerda. Cada Navidad relata el cuento del usurero. Muchos mueren envueltos en ella; en su gloria. Muchos mueren abandonados por ella; desahuciados. No importa si la codicia lleva a quien vive bajo su yugo a llamarse generalísimo o si lo limita a robarse una tumba, quedarse con el puesto de decana en la facultad. A la codicia -sea pecado, enfermedad, musa del arte, las letras, motor político- hay que velarla, tratarla, legislarla, cuidarse de ella. Siempre anda buscando de quien pegarse. Hoy la vi caminar por los jardines de mi edificio, ensimismada, pero a mí ya no me engaña. Era ella.
Friday, August 2, 2019
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