Soy el representante más crudo de esa tendencia literaria: neoexpresionista. Miento, Julia de Burgos, miento. Fernando Vallejo es el más brutal (la generación milenio en Puerto Rico usa el adjetivo brutal con tintes de extraordinario, imponente, transgresor) de los que roen y corroen con sus palabras, su vida y la de sus entornos. “Basta, basta”, dijo la Sylvana Mangano en una película cuyo título no recuerdo, cuando en medio de un medio desmayo, entre ida y alerta: sus amigas, lentamente, le quitaban las pestañas postizas. El neoexpresionismo en la literatura trasciende el barroco perfumado y estilizado del latinaje soy “boom, boom”, rebuscado y engorroso; sangra el neogótico que nunca despuntó en San Juan, New York y Santo Domingo; se caga en sí mismo llenando las páginas de mierda, hemorroides, pedos y gases, fetos y placentas adoptadas para ser criadas y luego usadas en cremas para la piel. “Qué yo he hecho”, representa lo cursi del kitsch que Almodóvar modela en su cine sin poder lograr ser un John Waters; mucho menos un Mel Brooks. Tendencias explican el arte. El arte metaforiza la realidad concreta, incluyendo cuando predice. Velázquez plantó el "yo" en Las Meninas, como sujeto central en la obra. Jair Bolsonaro le pega fuego al Amazonas. Papi Wilo en Mi historia rapea sobre sus amigos, sin tapujos: “De cinco, cuatro presos”. Mientras tanto, escribo sobre hemorroides, pedos y gases.
Subscribe to:
Post Comments (Atom)
No comments:
Post a Comment