Antes de que llegaran las pantallas táctiles y lecturas cibernéticas, y mucho antes que una muy “trendy”, pesimamente informada escritora de Santa Rita, Rio Piedras, tratara de narrar las crónicas del sur; antes, mucho antes, en las fiestas, ágapes, juegos florales, programas escolares y concursos de oratorias, en el pueblo de Guayama se oían unos muy conocidos versos, “Guayama, la augusta, se viste de blanco….”, escritos por don Vicente Palés Anés, padre del reconocido escritor don Luis Palés Matos.
Aquellos versos honrando la grandeza del pueblo brujo, “… la augusta, la bella matrona, la que un monte tiene por corona, y un cañaveral de sandalia al pie”, se oían tanto o más que cualquier canción de moda. Luego, el hijo, Luis, se fija en otro Guayama: calles antillanas por donde Tembandumba, cocolos y cocolas caminan "culipandeando / masa con masa". El Guayama de hoy, con sus muy caricaturescos políticos, sus cepillados y blanqueados "duques de la mermelada", lo describe otro que otro “caderamen” sin la "sensual zafra".
Desde el tope de La Loma del Viento se pueden ver las dimensiones armoniosas del que una vez fue un muy bien planificado pueblo, defendido por los antiguos ilustres guayameses, y por sus representantes municipales. Existía una ordenanza que prohibía que cualquier edificio fuese más alto que la iglesia. Para aquel entonces, algo de buen gusto quedaba. Algo que la codicia, la mediocridad y la mala planificación desplazaron. Las consecuencias se notan por todos lados.
El pueblo deja de ser el pueblo de elegantes casas y hermosos balcones criollos, para darle paso a casas de corte “Levittown”. No solo cambian los gustos arquitectónicos, el que una vez fue el pueblo de los brujos -¡qué los pueblerinos de antes apreciaban el buen teatro folklórico!, y sabían a que se refería la hoy muy despreciada "brujería” de la ciudad y qué fue lo Palés Matos sugirió cuando escribió: “que el Congo cuaja”–, fue convertido en icono de los evangélicos politiqueros, por designación de una muy "sabia" alcaldesa, quien edificó una escultura espantosa, que recibe a los visitantes y les da la bienvenida al "pueblo de dios".
Mas para que estos cambios no dejen de perder el contacto del “caderamen masa con masa”, ni la continuidad de las relaciones entre los grupos de cada barrio y sus gentes, hoy, los descendientes de los que una vez fueron excluidos de ciertos clubes y casas (los molletos, jabaos, mulatos, jinchos del cerro, los hijos de los jibaros y otro que otro "duque de la mermelada") son los que en estos momentos discriminan contra el mundo de donde ellos vinieron. Las nuevas "Tembandumbas", junto a otros -"sus mis cocolos"- enredados en otro tipo de "sensual zafra", por Guayama y sus calles antillanas siguen mezclando todo un mejunje “que el Congo cuaja”.
Mas para que estos cambios no dejen de perder el contacto del “caderamen masa con masa”, ni la continuidad de las relaciones entre los grupos de cada barrio y sus gentes, hoy, los descendientes de los que una vez fueron excluidos de ciertos clubes y casas (los molletos, jabaos, mulatos, jinchos del cerro, los hijos de los jibaros y otro que otro "duque de la mermelada") son los que en estos momentos discriminan contra el mundo de donde ellos vinieron. Las nuevas "Tembandumbas", junto a otros -"sus mis cocolos"- enredados en otro tipo de "sensual zafra", por Guayama y sus calles antillanas siguen mezclando todo un mejunje “que el Congo cuaja”.
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