"Tal vez seria mejor que no volvieras", cual disco rayado el eco interno, en voz de la mujer tellediana aparecía y desaparecía en la pantalla de la tableta; no, en el guión, ¿el borrador?, en los correos que iban y venían de Punta a Manhattan. ¿Acaso, al revés? Escribían, cantaban los amantes.
- ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? - retumbaba el grito de dolor por todo el hospital, ¿o era un dolor grabado en un folletín?, ¿en una revista de modas - "quizás fuera mejor que me olvidaras".
Otra mentira dicha "sin principio ni final", en el sub-texto de la conversación, el dúo, entre las voces de Chavela Vargas y Miguel Bosé; dos voces tan dispares como sus eses, sus zetas, sus jotas, y tan poco armoniosas como sus historias: un hidalgo castizo opuesto a una cruda mujer criolla, latinoamericana.
Dos historias de amor, de pueblos distintos, vientos australes y tormentas de nieve en el norte, unidos por las letras, los ritmos, los deseos que no permiten la despedida, ni que "paz alguna habrá de consolarnos"; contadas, cantadas en el norte, en el sur por las muchas interpretaciones, versiones distintas del mismo bolero: Lucho Gatica, Luis Miguel, el borrachín en un bar de esta ciudad, aquel balneario.
Y en el apartamento de Manhattan donde la Tellado entra, sale, regresa y viaja por la carretera Interbalnearia, los amantes se apoderan de los compositores, del autor, para tener que aceptar, después de horas de silencios, discos rayados, música en la red, que "volver es empezar a atormentarnos/ a querernos para odiarnos"; reconocen, empapados por las lágrimas negras, gardenias en las manos, que su "suerte necesita de tu suerte/ y tú me necesitas mucho más."
- ¿Por qué me acostumbraste a tu presencia, a todas esas cosas? Contigo aprendí, aprendí, aprendí...... ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
"Nos hemos hecho tanto, tanto daño" no predice el próximo paso, la estrofa que sigue, una nueva escena, otro ambiente, amantes distintos, y voces interiores, tan contradictorias como los son las vidas de los protagonistas, los postulados de los autores, las múltiples versiones de un bolero. El monólogo interior adquiere coherencia en su esencia: el amor mismo, sus vertientes y sus opuestos, "que amor entre nosotros, es martirio/ jamás quiso llegar el desengaño/ ni el olvido, ni el delirio".
Desengaños, olvidos a medias, delirios que se llevan "en el alma hasta la muerte" son atomizados, reducidos a lo primigenio en el bolero que escuchan por toda la ruta Interbalnearia, o en Manhattan, los amantes, el autor, "frente a frente y nada más".
La ronca y cruda voz de Chavela Vargas enturbió la refinada y estilizada interpretación de Luis Miguel; completó otro capítulo de las vidas del autor, sus boleristas, e interrumpió la novela rosa y sus mujeres telledianas de mirada serena, ojos color turquesa, rostros de nácar, siempre sentadas al lado de hombres de pelo gris, apuestos galanes hacia quienes ellas extienden lentamente sus angulares y finas manos, uñas rojo encendido, en camino a Punta del Este.
-Mi cariño nunca fue un castigo, tampoco soy la culpable de todas sus angustias. No podemos seguir siempre igual. No fui yo quien destruyó el Porsche.
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