"Quiero que vivas solo para mí": una cadena, una misma sensación una tormenta interior, una obsesión o incapacidad de separarse, de ser uno, para convertirse en esa masa canettiana, transformada en puro éxtasis o amargura, que ya no es amor lo que le da forma; es un inmenso dolor interno, una extraña sensación, cargada de placer, un desbalance mental, físico, espiritual, un no poder vivir sin él o sin ella, sin las palabras, sin sus hilos y cadenas de cuentos; es un solo cuerpo guiado exclusivamente por el frenesí.
Caminar por distintos rumbos y dejar que el mar o la luna, el cielo o las estrellas, el autor y sus personajes, el bolero lento o sus versiones en otros géneros mitiguen el deseo que nunca se complace por completo y ayuden a encontrar un nuevo rumbo, a distinguir entre esa locura y amar sin condiciones, no pueden.
Se rinden, desvanecen; aterrorizados, con el orgullo rodando ante sus pies, frenéticos, con almas de niños, sin defensas, los amantes, el autor, la bolerista; buscan, imploran un beso, igual al que él, ella les dio.
- Estoy obsesionado contigo, lo sabe el mundo entero - en suaves y mimosas palabras conquistan o se entregan sin importar que se oponga el destino, sonidos casi inaudibles - serás para mí, para mí, para mí - bajito, muy cerca del oído, respirando lentamente, acariciando con los labios la piel del amante.
- Bésame - ruega - mucho, igual que mi boca te besó - fueron las últimas palabras antes del accidente.
Desde que salieron de Montevideo por la ruta Interbalnearia, Alfredo Sadel, Nat King Cole, Julita Ross, en voz de la Tellado, les estuvieron advirtiendo a las mujeres de ojos color turquesa, rostros de nácar, y a los apuestos galanes de pelos gris, sobre los peligros de la entrega sin barreras, en cuerpo y alma, cegarse, y de convertir la ansiedad en estado de animo permanente; de reducir sus vidas a la inestable e insoportable levedad de una novela rosa, un bolero, un Porsche destruido.
El chillido de las llantas acompañó al frenar sin control, y obligaron a los amantes a retirar las manos, llevarlas hasta la boca; suspiraron. Silencio sepulcral seguido de sonidos de sirenas, y tarde, mucho más tarde, recuerdos de aquella noche, aquel "quiero que vivas solo para mí".
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