Gabriela Morgare nos seguía desde el otro lado de la boca del rio, la oíamos; no la veíamos. La niebla del riachuelo filtraba el tango que se nos hacía bolero, las imágenes, "sombras que se alargan", las voces, los recuerdos, los cuerpos, siluetas y sombras.
Suspendidas en el aire y el tiempo, las indistintas burbujas se mecían, nos mecían, a los acordes del bandoneón, piano, contrabajo; bailaban, bailábamos.
Nunca más nos vimos. Nunca más volvimos a bailar cerca del "turbio fondeadero donde van a recalar" las naves, "barcos que en el muelle para siempre han de quedar", llevando consigo a los ilusos marineros, "náufragos del mundo que han perdido el corazón", y a sus sueños con un mar hacia donde no han de partir.
Un instante, una coreografía, grabada por una novela reducida a tango, que se hace bolero en la voz de Gilberto Monroig.
- ¿Quién es Gilberto Monroig? ¿Los acompañaba en el coche? ¿Cuántos de ustedes viajaban en el Porsche?
- No recuerdo. Nieblas, la enorme boca del río, un viejo bergantín, nostalgias ahogadas con licor en un sordo cafetín. entran y desaparecen de mis sueños.
- Ese tango hecho bolero, ¿quién lo escribió? ¿Quién cantaba en camino a Punta? ¿Monroig? ¿Morgare?
- Tantas interrogantes y lo único que queda son las sombras, las siluetas, distintas versiones de un mismo bolero, y un baile en, ¿una sala de Manhattan? No recuerdo.
- ¿Un bolero? ¿En Manhattan? ¿No fue un tango lo bailado en los muelles de Punta?
Nunca más volvieron al puerto o a las salas del norte, ni oyeron aquellas voces, en duos, tríos, acompañados por guitarras, bandoneones, pianos, contrabajos, orquestas de gran sala de bailes; y los boleros tangos no se sentían o podían bailarse de la misma forma.
La cambiante niebla sobre el riachuelo esfumaba los cuerpos, y aquel tango se hizo bolero.
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