Nunca estuvimos en Acapulco, y el beso que me pediste, con un lento respiro muy cerca, bajito, bajito al oído -el beso que luego robaste-, no fue disfrutado tampoco en un puerto marroquí; fue en un cine donde, a media luz, veíamos a la Sara Montiel en una puesta en escena que recreaba un club en Casablanca y ella, la Montiel, calcaba los gestos y movimientos de la Marilyn Monroe, mientras cantaba el bolero "Acércate Más".
En aquella historia de intrigas, amor y engaños la Montiel le pedía al galán tellediano de ojos color almendras y engomado pelo negro, que se acercara más y más, y que la besara "así, así".
Así fue cómo todo ocurrió, en un cine de Montevideo. No, quizás no fue en el Sur; no fue donde recuerdo; quizás pretendía, quizás desesperaba, quizás deseaba besarte en un teatro barato del Barrio Latino de Manhattan o, como en un sueño, quizás todo ocurrió desde la pantalla personal, frente al teclado de la tableta electrónica.
De testigo en cada uno de los sitios donde pudimos habernos besado estaba la cantante Teresa Vilar, enredando al bolerista, los amantes, el autor en su trama, en su bolero, pidiendo el mismo beso "que te pido yo".
Te besé. Me acerqué; entregué. No recuerdo cómo termina la película. Solo sé que no fue en Acapulco y que nunca estuvimos en Casablanca.
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