Sombras nada más, breves y en continuo movimiento, pintan las vidas de los protagonistas o responden a los muchos boleristas, al autor y sus dramas sin final; y a su vez, los envuelve en un lento baile, un bolero delineado con tibias luces, claro obscuros que se rodean, se influyen, juntan, y separan; contrastan y mueven las figuras, sobre la pared, el teclado, el disco, una calle, una ruta entre dos países, una cama en un tétrico hospital, olas embistiendo la arena, una mesa de un bar en San Juan, Manhattan, La Habana, Veracruz, Montevideo.
Sombras nada más filman las vivencias y claras sensaciones de los amantes, intensifican las diferencias o las integran sin distinguir bordes, contornos; logrando que, por un lado, todos los boleros cuenten la misma historia, y por otro, en cada uno de ellos, sobresalga un fragmento de la vida: la perfidia, calles adoradas, lágrimas negras, olas y arenas, obsesiones, pecados nuevos, angustias, lo aprendido, lo recordado u olvidado.
Sombras señalan, sugieren, insinúan, evitan decir, preguntan lo qué pudo ser, o simplemente aceptan, "no pude explicarme cómo fue"; aclaran y dejan en penumbras al amor, los amantes, boleristas, al autor.
- La sangre, el sémen en el Porsche, ¿de quién eran?
- Yo que lo he amado tanto, ¿por qué me acostumbró a todas esas cosas?
- ¿De quiénes eran los boleros? ¿Las sombras?
- No sé, no sé. Las luces y siluetas confundían. ¿Felipe Pirela?
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