Cuando bajé al otro día al bar de los cigarros me dijo una de las camareras: “Ah, dios, no vino anoche al cumpleaños”. Ella sonrió porque sabe que he vivido lo suficiente para poder trascender la mediocridad e hipocresía; y me aprecia, le doy buena propina, y hemos compartido mucho sobre su país y algo de su literatura. Sonrei y le contesté: “No es la primera vez, ni será la última". Pensé, pero no dije: "no sólo, no me invitan, me meten una de embustes y son tan necios, que ni se preguntan cómo me siento o si les creo”. La camarera calló, frunció el ceño, apretujó los labios, se alejó, me buscó una copa de albariño y dijo mientras caminaba: “Las familias”.
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