Saturday, July 27, 2019

IN DEFENSE OF THE INDIVIDUAL SELF APPEARING IN VIDAS DE PIRATAS

Velázquez did it in Las Meninas. He included himself in the portrait of the royal family. The collective “we” of the ruling group was disrupted by the “me” of the Spanish artist: sitting next to a canvas, both him and a mirror appear in the painting, watching the royal family. He is also observing himself. Oppenheimer suggests in The Birth of the Modern Mind: Self, Consciousness, and the Invention of the Sonnet, that the poetic form was instrumental in placing the individual in the center of the literary discourse. Centuries later, Cavafis uses a mirror in a poem to explore the perception of individual beauty at different life stages from the perspective of his own old age. Benedetti, in his almost impossible to put away book of poems, Insomnios y duermevelas, says, “en pleno corazón tengo un catálogo / de los que allí pasaron una noche”. Each and one of us records each and one you in our individual catalogues. Fernando Vallejo does not use a third person as a narrator in his tales, because he states, he is not god -nor that he believes in god-, and by placing himself in each of his stories, the truth is closer to what he wants to write about. There is no "you" without a "me too". John Waller (“A forgotten plague: making sense of dancing mania”. The Lancet, February 21, 2009) describes the collective reactions of people to unknown forces, entering into trance states, unable to be on their own as individuals; and I have often wondered, if Catholics taking communion are doing it because they really want to receive Christ’s body and ideas or are they only doing it because of the collective ritual. I guess, if we follow Cannetti's explorations in The Torch in my Ear we are never truly an individual self. All those people, nowadays, arguing against using the new media systems to talk about individual experiences are only expressing their own fears, scare to be on their own or, perhaps, to be known in relationship to others. This is what I try to explore in my story Vidas de Piratas: Doña Fructuosa y don Asunción. Unfortunately, the story is in Spanish, so, if you cannot read the language, your individual experience is going to be blocked by your collective limitations. That seems to happen all the time, the self is never alone. Velázquez is watching you, as he includes himself in the portrait of all of us, and we are watching him. 


VIDAS DE PIRATAS: DOÑA FRUCTUOSA Y DON ASUNCIÓN

Doña Fructuosa fue retratada en un gran salón de algún palacio barroco en Lima, jugando un papel protagónico, junto a otras figuras situadas en primer plano, representadas a tamaño natural; una pintura realizada al óleo sobre un lienzo de grandes dimensiones; formado por tres bandas de tela cosidas verticalmente,

El punto de fuga de la composición se encuentra en un foco de luz que está cerca de un personaje que aparece al fondo abriendo una puerta -¿don Asunción Jájome de Torres?- y un espejo que refleja las imágenes de dos señores con piel color cobrizo, pelo negro y ojos oblicuos, vestidos con ropas europeas de la época. Con esta técnica el pintor consigue hacer recorrer la vista de los espectadores por toda su representación, para sugerir, de acuerdo a algunos historiadores, que lo que el cuadro suponía representar no era tanto un retrato familiar; mas bien, era una premonición de los eventos que vendrían después.

Dos siglos más tarde, un selfie transforma el cuadro. En el lado izquierdo, ángulo inferior, de la pintura se observa un lienzo recostado sobre una pared, y sobre parte del mismo, el fotógrafo del siglo veintiuno, con dispositivo en mano, añade su perfil. Sin proponérselo, el pintor anónimo de principios del siglo XIX se anticipó al realismo de la fotografía; y abrió el camino para que el fotógrafo del selfie reinterpretara el cuadro; reconstruyera la historia.

"El mar revuelto, el clima borrascoso, los toscos y hoscos marinos con sus musculosos brazos, piel curtida por los azotes del viento, la sal, y el sol caribeño atemorizan a doña Fructuosa de Rivera. No ha podido levantarse de su cama. salir de su camarote y relajarse durante el largo viaje entre las colonias españolas y las luisianas francesas. Su marido, el una vez pirata, y hoy, hombre de negocios ultramarinos, don Asunción Jájome de Torres, pasa sus días entre páginas de contabilidad, monedas de oro y la supervisión de los contenedores que transportan la mercancía que el avaro y codicioso vende (¿roba?) por todo el Caribe y las otras tierras americanas. Doña Fructuosa, obligada por la historia, lo sigue sin protestar, teje y mira hacia el inmenso mar que la separa del mundo para la cual fue criada."

El principio del relato, su génesis, recrea una época anterior a la del viaje en el crucero, no aparece en  el selfie del escritor tomado dos siglos más tarde en otro camarote, mucho más cómodo que el de doña Fructuosa: aire acondicionado, nevera y una despensa surtida con paté, galletitas integrales, frutas de todo tipo, licores y refrescos. Vestido a la usanza del siglo XIX: un traje de muselina que cubre el cuerpo, ajustado al torso con una amplia y pesada falda que casi toca el suelo, mangas que bajan hasta la muñeca y un cuello alto, bien alto, el escritor también mira hacia el trágico Caribe en camino a Nuevo Orleáns.

"Los caminos del Señor son muchos y variados, destinados a ser andados y escogidos por cada uno de nosotros, El Señor nos presenta las oportunidades; nosotros decidimos cuáles aprovecharemos. Esa cruz que Su Hijo escogió es la que guía la vida de una mujer cuyo destino fue entender el nuevo mundo, sus tierras y gentes. Extraña ruta  la de alguien que como yo fue criada para educar a los niños de los virreyes de la Nueva España. Decidí la libertad que ofrece una nave al encierro que significa servir durante el resto de mis días a niños faltos de higiene y modales. Y para empeorar la situación. estaba rodeada de siniestros personajes, de indios y cholos incivilizados. Secuestrada durante mi segundo viaje, decidí quedarme y no acepté que la Corona pagara por mi rescate."

El mapa de la ruta que la goleta La Última Charrúa siguió desde que salió del puerto de Colonia, Uruguay tenía marcas que indicaban dónde había anclado antes de terminar en la Nueva Orleáns, y qué clase de negocio allí se agenciaba. En cada puerto, fuese en las islas de Sotavento o en las de Barlovento, San Juan Bautista o en La Española, Jamaica, Cuba, Roatán, dejaba y cargaba todo tipo de mercancía, desde especias hasta alguno que otro ser humano, incluyendo a doña Fructuosa de Rivera. Por ella, don Asunción Jájome de Torres pagó tanto o más onzas de oro que lo que costaba un esclavo.

El óleo -expuesto como parte de la muestra de arte colonial latinoamericano en el Museo de Brooklyn- despertó la curiosidad del sujeto-fotógrafo y motivó su deseo de retratarse: un selfie, junto a la hermosa mujer, los niños y los demás personajes que la acompañaban. Una vez en el crucero, de viaje por el Caribe y el Golfo de México recreó visualmente y por escrito uno de los viajes.

La pintura estimula una sensación de profundidad espacial y de historia en ciernes, que quedan aseguradas con el escalonamiento de las figuras, los personajes reflejados en el espejo, y el misterioso hombre que abre una puerta.

El selfie añadido a la composición dos siglos más tarde convierte al espectador en un sujeto integral a la obra: observa y entra al cuadro, ocupa un punto focal que le da a la narrativa visual una continuidad histórica. Usando una cita de Foucault sobre Las Meninas de Velázquez, se ha sugerido que el selfie logró integrar y confundir el espacio real del espectador y el primer plano del cuadro, creando la ilusión de continuidad entre los dos espacios, entre un hombre o una mujer y otro, otra.


De ser don Asunción el que abre la puerta en el cuadro, se puede concluir que la pintura contradice los diarios y crónicas que doña Fructuosa escribió durante sus viajes, como parte de la documentación, contabilidad y registro del comercio de don Asunción por los mares americanos; obliga a preguntar: quiénes eran en realidad estos dos personajes, durante una época turbulenta, cargada de luchas independentistas en las colonias americanas.

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