De acuerdo a una de las tablas que clasificaron el mestizaje en las Américas, comenzando durante el primer siglo de la colonización y adquiriendo fundamento pseudocientífico durante el s.XIX con las “teorías de castas” *, un jíbaro era el resultado de la mezcla entre lobo y china; el lobo era el resultado de la mezcla entre saltapatrás y mulata; la china, entre morisco y española; el saltapatrás, entre india y chino; la mulata, entre español y africano; el morisco, entre mulato y española.
En 1849 don Manuel Alonso (San Juan, octubre de 1822), criollo burgués, estudiante en Barcelona, publicó El Gíbaro, un cuadro de costumbres de la isla de Puerto Rico. Casi medio siglo antes, Luis Paret y Alcázar recreó en el cuadro Autorretrato como jíbaro, (1776) a un miembro de esa subcultura puertorriqueña; colectividad conformada por una de las castas que no eran ni criollos ni peninsulares. Ramón Frade (1875-1954) continuó con la tradición de pintar retratos de los jíbaros en los cerros de Jájome, Cayey.
En gran medida, respondía el jíbaro como casta a los idearios que fundamentaban la conceptualización del otro, impuesto desde afuera, influenciando leyes, prácticas, y la imaginación misma, mediatizada por las representaciones que -los que controlaban el “discurso oficial”- tenían del "otro". Ese otro, poco a poco fue “blanqueado” para responder a tantos intereses como era y han sido necesarios en Puerto Rico, sus escalas y divisiones de clases socioeconómicas y colores
Frente al heterogéneo escenario que venía evolucionando con fuerza identitaria en Puerto Rico, las instituciones y sus administradores en la antigua colonia española reafirman su poder clasificatorio hacia mediados del siglo XVIII, discriminando y jerarquizando a la población por medio de tipologías de castas, especialmente en aquellos centros de alto intercambio social, incentivando en ciertas zonas rurales políticas de mestizaje y asimilación selectiva, dentro de la lógica de blanqueamiento, al mismo tiempo que se defendieron sistemas de diferenciación internos a través del uso de la terminología de castas.
Los sistemas clasificatorios fueron históricamente realimentados o legitimados, desde el poder colonial, a través de tratados filosóficos, teológicos y jurídicos así como por medio de pinturas y de obras de carácter científico (pseudo) que instalaron representaciones sociales y relaciones de poder en un plano de jerarquías étnicas y raciales. El jíbaro como coneptualización cultural responde a esos sistemas clasificatorios, sin negar el hecho que como tal desarrolló una subcultura que lo distinguía de los “burgueses isleños”, criollos y peninsualres; y de las poblaciones que vivían y trabajaban en las plantaciones de la costa, en su mayoría africanos y sus descendientes. Su forma de hablar -extensamente documentada-, compadrazgos familiares, vida aislada en los cerros del centro de la isla y en clanes, prácticas religiosas, vestimentas y música sirven de evidencia du que -casta o no- desarrollaron un estilo de vida que los distinguía del resto de la población. Algunos hemos heredado algo de esas cotumbres; no todos.
(Y luego de repasar y comenzar a organizar notas sobre este tema, buscar nuevas fuentes, agarro mi cuatro, el tiple y el güiro, grito un "lelolai esgalillao" y le canto un seis cayeyano a mis antepasados jíbaros que han estado -algunos nunca bajaron de esos cerros- diciendo con orgullos: "somos jíbaros, y qué"; desde que así fueron clasificados por los poderes que tenían los europeos colonizadores.)
*Carlos López Beltrán. Sangre y Temperamento: Pureza y mestizaje en las sociedades de castas americanas. Instituto de Investigaciones Filosó cas-UNAM. http://www.filosoficas.unam.mx/~lbeltran/Textos/Articulos/CastasLopezBeltran.pdf
(del libro en .pdf, Jájome Heights, Junio 2019)
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