Esa negrita está como para relamerla por todos lados. Tiene un par de tetitas paraditas que filtran los pezones a través de las camisetas blancas de algodón fino, mientras sirve copas en el bar de La Placita. Como 27 años debe tener. Grande, sí es alta y caderúa la negrita. Esas nalgas se mueven al ritmo del bembé que tocan las maracas de los salseros cuando ella sirve tragos y se aleja de mis palabras sabrosas, endulzadas y cariñosas. “En verdad, que esta negrita está bien buena”: le digo -sin mirarla a ella- a mis compañeros de bebelata. Ella sonríe, me cobra sin descuentos, agarra la propina y sigue de mesa en mesa. Regresa como diosa palesiana por la calle antillana, culipandeando masa con masa, espigada, altanera, madura cual caña de azúcar en su punto, con su pelo enrizado, experimentada y segura de dominar la franqueza aprendida en la calle, no dice casi nada, fuera de que, de vez en cuando, si me oye hablar de ella, frunce el ceño, se medio burla de mí con los gestos, su mirada, o no pueder creer que yo me refiera a ella de esa manera o habla y hace la misma pregunta: “¿Otro servicio de ron obscuro?
Thursday, July 18, 2019
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