Casi todas las semanas salíamos juntos a cenar. O en su casa o en una trattoria italiana cerca de la estación de la 231 y Broadway. Una trattoria de las que ya no quedan en Nueva York, donde el exceso de las salsas de tomates y los voluminosos quesos derretidos destruían al estomago débil. Ni el de ella ni el mío lo eran. Lillian Weber y yo conversábamos. Regresaba a mi casa y apuntaba en mis diarios lo que había aprendido.
Descubro entre mis notas apuntes sobre las influencias de los rusos en los planteamientos teóricos de Piaget, concentrados en las expresiones del niño -que tanto influenciaron luego a Howard Gardner, Emilia Ferreiro- y que tenían como una de sus fuentes no sólo las ideas kantianas sobre lo relativo de la percepción, sino la idea de los formalistas rusos que no buscaban ver la obra en virtud de los estándares de las academias, la tradición, las disciplinas o del Estado, sino en que la obra es su propia realidad. Esta idea guiaba en gran medida su trabajo y razón de ser del Worksop Center. No era solamente un aula para ser copiada. Era.
La enseñanza y aprendizaje tradicional de la alfabetización favorece la escritura, los textos "coherentes"; le niega al lector o autor la posibilidad del desenmarañar los escritos más allá de los que las escuelas controlan, permiten, usan para juzgar a los estudiantes; imposibilitan conocer los múltiples misterios de lo escrito; limita a los lectores y escritores, y que la obra misma sea su propia realidad: fuese el escritor o fuese el texto. Hubo muchos momento en el Workshop Center cuando la obra misma era su propia realidad; que si de allí se movía, bien; si no, como dijo Fritz Perl: ''Si te veo, bien; y si no te veo, bien también".
El reggaeton: no, ni Lillian Weber, ni los formalistas rusos, mucho menos Kant o Piaget conocieron ese género musical surgido en los barrios proletarios del área metropolitana de San Juan de Puerto Rico; mucho menos, el bien underground, el que es distinto al comercial pasteurizado por los medios.
Lo que pasa es que cuando mi buen amigo uruguayo, docente en un instituto me preguntó si conocía a un exponente de dicha poesía y música urbana, de nombre artístico Papi Wilo, de quien sus estudiantes son fanáticos, le dije que no. Una vez lo oí, bueno, tuve que aceptar que, a veces, prefiero la teoría a la praxis; que a mi edad hay momentos cuando la coherencia formal es más digerible, pues la realidad misma expresada en obra y autor puede ser demasiado desestabilizadora.
El reggaeton: no, ni Lillian Weber, ni los formalistas rusos, mucho menos Kant o Piaget conocieron ese género musical surgido en los barrios proletarios del área metropolitana de San Juan de Puerto Rico; mucho menos, el bien underground, el que es distinto al comercial pasteurizado por los medios.
Lo que pasa es que cuando mi buen amigo uruguayo, docente en un instituto me preguntó si conocía a un exponente de dicha poesía y música urbana, de nombre artístico Papi Wilo, de quien sus estudiantes son fanáticos, le dije que no. Una vez lo oí, bueno, tuve que aceptar que, a veces, prefiero la teoría a la praxis; que a mi edad hay momentos cuando la coherencia formal es más digerible, pues la realidad misma expresada en obra y autor puede ser demasiado desestabilizadora.
(del libro, inédito, circulando por la red: SABER DE LETRA [TEORÍAS, MÉTODOS, EVIDENCIAS] 2017)
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