Hace diez años que nos conocimos en un bar de Montreal y no había olvidado mi nombre ni el nombre de la zona donde yo comprė mi apartamento en Santurce. Entre Montreal y San Juan hay muchas diferencias; ninguna tiene que ver con el deseo de volver a cada una de ambas ciudades, si se atreve el visitante ir más allá de lo que sugieren ls guías para turistas.
En San Juan estuvo antes y caminó por la calle donde vivo, bebió y comió en sus bares y restaurantes, pero yo no estaba. Volvió una cuantas veces por temporadas que aumentaban la estadía hasta que un día decidió que no regresaría a Quebec.
-Solo vengo durante el invierno.-
-¿Qué invierno?- me preguntó irónicamente, en inglės, el idioma que nos comunica, nos ata con su afrancesado acento y mis amplias vocales, le dan un giro a la conversación, las risas o preguntas -¿Por qué no me volviste a llamar?- y que su vez excluye. La joven a su lado sonreía, incómoda.
-El invierno del norte- respondo mientras cierro mi tableta lectora, y miro a la joven, rubia oxigenada, quien nos mira a ambos.
-Vivo en Santurce todo el año. Dejė los inviernos, mi pasado. ¿Me das tu teléfono?-
Mis deseos son que no llame, que se quede su recuerdo en estel momento. O los del bar para strippers en Montreal. Que no llame. Le escribo mi número. Me da el suyo. Me despido. Saludo a la joven con una sonrisa
-Ėl no muerde- dice la joven en un acento de cualquier sitio.
-Yo sí.-
Ėl sonríe.
“Que no llame” es un pensamiento que se hace parte del cuento de Alice Munro mientras termino de leerlo en la parada de autobuses.
“Que no llame” es un pensamiento que se hace parte del cuento de Alice Munro mientras termino de leerlo en la parada de autobuses.
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