La homosexualidad es un deseo que resulta en una “cultura”, en gran medidad como respuesta al odio de los que no quieren saber que ese deseo existe. Estos últimos combaten la homosexualidad y su “cultura” con argumentos que se mueven desde lo moral/religioso. El racismo, sexismo y el clasismo se fundamentan en visiones escalofonadas que colocan al que se considera inferior en un plano con menos derechos o capacidades. Homofobia, sexismo, racismo y clasismo resultan en una meritocracia que “anula y abomina de todo lazo solidario porque la meritocracia es el ‘sálvese quien pueda’. Esa frase aparece bajo la forma del pánico cuando entra una crisis, pero si yo lo que tengo es porque sólo me lo merezco yo y, entonces, tengo derecho a ciertos privilegios, cualquier acción colectiva aparece como amenazante de mi carrera personal. La meritocracia desestima por completo toda idea de lo colectivo, lo solidario; en términos freudianos, ‘todo aquello que sea la denegación del propio poder’. Por ejemplo, la justicia desde la meritocracia se entiende como la atribución de ciertos privilegios, el que tiene más versus el que tiene menos; mientras que la justicia según lo entiendo –y en esto también sigo a Freud– es entendida como una renuncia pulsional; o sea, como una denegación del propio privilegio: renunciar uno para que el otro también deba renunciar.” (Sebastián Plut, El malestar en la cultura neoliberal, Editorial Letra Viva, 2018)
Friday, June 7, 2019
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