Tuesday, June 18, 2019

CUERPOS GASEOSOS

CUERPOS DE LA CREACIÓN

Dice el Popol Vuh que de los gases del fango surge la creación, y no de las ideas de un tipo que parece ser un viejo chocho como dicen los hebreos.


CUERPO EQUIVOCADO

No me había dado cuenta por que respondía como ella, hasta que tuve que revisar las facturas y sentí una inexplicable furia ante un cobro injusto. Ella poco a poco había entrado en mi; mientras estaba viva quería seguir en este plano terrenal, y cuando murió, mi cuerpo fue el más frágil, se apoderó de él y hoy soy ella en uno de hombre, llena de ira por estar en el cuerpo equivocado. 



CUERPOS RECICLADOS

Ya no cago. Hace años que no cago. No es por razones patológicas. Mi salud está como coco. No cago porque he logrado poder evacuar sin tener que llevar la excreta hasta el culo;  mi cuerpo se encarga de reciclar la mierda. La convierte en gas antes de que esta salga fuera del mismo. 

Mi culo no es el culo de JLo. Simple y llanamente es mi culo. La JLo es todo nalgas. No, yo. Mis nalgas son menos voluptuosas, aunque más delicadas y duritas que las de la López. Mi culo es poesía. Por eso, quien me llevó a usarlo como instrumento técnico de reciclaje de la mierda, primero escribió versos y letanías sobre mi culo, que luego publicó en un blog que mantiene sobre la vida de un viejo en muchos sitios.

El mal comprendido científico y poeta conocido como El Jíbaro, quien, con su enorme talento para inventar lo que a nadie más se le ocurre, me ofreció mucha plata si le prestaba mi culo. Se lo puse a su disposición, siempre y cuando no abusara del mismo. No eran mis nalgas lo que a El Jíbaro le interesaba, ni tampoco, en el sentido estricto de la palabra, le interesaba mi culo. Fue su intención, por un lado, poetizar sobre el ano y luego  usarme como conejillo de indias para investigar si sus teorías sobre la emisión y reciclaje de gases podían ser comprobabas. Para eso, la investigación científica y no para la poesía, necesitaba un culo que tuviese ciertas dimensiones, y el mío, después de medirlo y estudiar sus propiedades cumplía con sus requisitos literarios y científicos.  

Mi culo tiene una circunferencia perfecta, criterio fundamental que guiaba la selección del ano por parte de El Jíbaro y que sirvió de punto de partida para investigar si cumplía con otros requisitos formales, sus colores y olores. 

Nada de pelos ni hemorroides. Sus arruguitas, sin mayor pronunciamiento, y  que fuese rosadito con alguna que otra tonalidad marrón. Los olores fueron más problemáticos y se resolvieron con un cambio en la dieta y uso de jabón. Nada de Maja o Yardley, jabón sin perfume y hecho a base de caléndula. Una vez completó el estudio de mi culo, me cambió la dieta y, fundamentándose en los  ejercicios que sugiere el yogui Arivhanda Moombai en su libro Poses Anales y el Desarrollo Espiritual, comenzó con el estiramiento anal. ¡Como sufrí!

Una vez aprendí a expandir y contraer el orificio, comenzaron los ejercicios de respiración. El Jíbaro consiguió que otro yogui, Malahonda Raja, me entrenara en el arte de respirar por el culo. Malahonda, un americano originario de Iowa,  me entrenó  vía Skype a inhalar y exhalar aire; ejercicios que luego me llevaron donde uno de los propósitos de El Jíbaro: usar la capacidad para inhalar con fuerza y así poder mover las entrañas de manera que continuamente revolviera la excreta por dentro, cual procesador de alimentos, hasta triturarla y convertirla en gas. 
   
Lo que no me esperaba es que, después de que me pidió meter un dedo y jugar con mi ano, metió otro dedo, luego la mano, hasta que entró su cuerpo completo en mi cuerpo. Logró lo que a principios me había dicho; y yo, al no prestarle atención, no vi cuáles eran sus verdaderas intenciones. No quería ni que se lo comiesen los gusanos, ni terminar en forma de cenizas; mucho menos regresar al polvo.

Darle el culo a El Jíbaro no ocurrió de la noche a la mañana. La edad, (a)sexualidad e incomodidad con mi papel en la sociedad me sirvieron de motivo para aceptar la propuesta de El Jíbaro. Una vez me explicó sus intenciones, usarme como conejillo de indias, me dediqué a investigar un poco sobre el tema; la relación entre los gases y el ser.  

Ya que la medicina occidental no aceptaba tal proyecto, fue la medicina tradicional china la que me ayudó a entender que mi cuerpo reflejaba una cosmología. Un excelente orientalista y médico uruguayo, don Daniel de Vallebajo, quien también se había interesado en las perfectas dimensiones de mi culo, me explicó la relación entre el yin-yang, los dos aspectos del Ch’i, la energía o hálito primario, y los gases. 

Aunque dicha filosofía establece cualidades opuestas para el yin (como el frío, la humedad, la oscuridad y lo femenino) y el yang (el calor, la sequedad, la luz y lo masculino), no se trata de algo estático, pues en esta dualidad se presenta un constante enlace entre los dos elementos.

El diagrama que me presentó el doctor Vallebajo enumeraba las bacterias, virus y  los gusanitos que en mi cuerpo vivían, muchos de ellos eran consecuencia de la enorme cantidad de guayabas que comía en mi Caribe natal. El muy detallado organigrama sirvió como agente catalítico para aceptar que podía transformar la función del estómago, los intestinos y el culo. 

¡Eureka! El descubrir que mi cuerpo era un ente dinámico, y que, cual colmena, alojaba otros muchos cuerpos, me ayudó, por un lado, a minimizar el sentido de soledad y, por otro, a reconsiderar que mi ser no se limitaba a un solo Ch’i, pues se nutria de los Ch’i de los gusanitos, bacterias y virus que en él se alojaban. Con esta información me dirigí donde El Jíbaro, acepté  su propuesta y viví lo anteriormente relatado en este y otros cuentos con personajes que viven como gases en mis entrañas.  


No llegaron de noche con gran cautela, como llegaron los Tres Reyes Magos en aquel villancico puertorriqueño que se oía por los lares y jurutungos de las islas de los encantos. Llegaron sin esperarse en una reunión de literatos etnocéntricos en Nueva York. Llegaron y salieron casi en respuesta a uno de esos constructos atomistas que repiten los que no pueden ir más allá de los datos, los ‘petite’datos. 

"¡Mnjú!": dijo un jíbaro literario niuyorkino y este otro, el que había entrado por mi culo lo repetía, el  "mnjú", no con oalabras, con una retahíla de pedos bien sonados. Retahíla que la muy lingüísticamente engalanada profesora de educación y etnias no pudo resistir, sus muecas la delataban. Mucho menos pudo evitar el olerlos, por poco se asfixia cuando trató de cerrar los rotitos de su muy anchita nariz. Al menos, calló y paró de citar datos a tontas y locas que no servían para explicar las historias literarias de los jíbaros en el noreste de los EUA. Si hablaba, los humos dr El Jíbaro que se metió por mi culo la hubiesen invadido.

Sin esperar respuesta, otro de los allí reunidos comenzó a citar evidencia y explicaciones, sin parar: que si la Mari Mari Narváez  en Claridad, que si Fernando Picó en 80grados, que si Jorge Duany en la Revista de Oriente, que si los billones que salían y no regresaban a las islas, que si las multinacionales, que si la economía informal, que si los inmigrantes que sacaban y no invertían, que si Antonio Gramsci y la hegemonía cultural, que si los discursos del imperio y los papagayos que los reproducían sin reflexionar sobre los mismos o darse cuenta que le servían de fotutos a los verdaderos cocorocos. El lingüista, a quien no se le conocía como economista ni científico social, contradijo la muy abarcadora sentencia que la etnocéntrica había sostenido antes de los pedos.

Sorprendido ante su casi automática respuesta, lo miré detenidamente. Estaba algo descolorido, amarillenta su tez, adormecidos los ojos, con una cara que proyectaba felicidad, paz interna; y, distinto a la etnocéntrica, no hacía muecas, ni trataba de cerrar la nariz. Su metal de voz, más suave que de costumbre, recordaba a otro personaje.

Abrí la boca, en shock, No podía creerlo. Era El Jibaro quien hablaba. Cual espíritu a lo Allan Kardec había entrado en el cuerpo del lingüista, y distinto a los espíritus kardecianos, se manifestaba en forma de pedos. Sus planes no eran entrar en un cuerpo solamente. Sus maquiavélicos planes incluían penetrar en todos los cuerpos posibles. Claro, valga la aclaración, donde no pudo entrar fue en el cuerpo de la etnocéntrica o en el de cualquier persona se negara a reproducir sus cuentos, oler y ser parte de sus pedos.


CUERPOS METAFÓRICOS

La poeta amerIcana Sylvia Plath decidió suicidarse poniendo su cabeza dentro del horno de la estufa de gas en su cocina. Su ira era tal que no quería morir en vida lentamente, ni explortar con un tiro en la cabeza a lo Hemingway, o con una bomba al estilo de cierto mártires contemporáneos, ni correr hacia las lanzas y ser crucifcada cual Cristo redentor, ni ser Alfonsina Storni y llenarse de agua para flotar sin rumbo en el tiempo. Quiso el gas. No pudo diluirse aunque la metfora así lo sugiera. Creo, que luego la cremaron.


CUERPOS EN UNO 

El color del agua y la excreta en el inodoro asustaban al más valiente, y en este caso había muchas razones para explicar el escalofrío que sentí, el que los pelos se me pararan cuando vi aquellas aguas rojas. Sangre. Cualquiera de las lombrices, gusanitos, ácaros, virus o bacterias que hacen de mi cuerpo su residencia podían ser la causa de lo que parecía un derrame. Hubiese preferido que la vista del inodoro con la excreta y aguas negras color vino me recordasen a un Francis Bacon. Mas bien parecían un Damien Hirst. La sangre no me asusta; estar a la merced de otros, sí. Peor todavía, si estas en un barco en medio del Atlántico. Un cuerpo derrumbándose poco a poco, tubos por la nariz, la boca, el culo, agujas, máquinas enchufadas en la frente, las tetillas, las nalgas, las bolas, enfermeras regañonas, médicos en apuros, hospitales cobrando antes de matarte, a esta edad, testamentos sin preparar, documentos sin organizar, relatos escritos a medias y el deseo de vivir y conocer lo que me depara el futuro me mantuvieron completamente inerte frente a la no muy agradable y rojiza excreta. Quizás la roncha que tenía en la mano no era una picada de mosquito o el dolor de estómago no fue una mala digestión. Puede que el cansancio no tuviese nada que ver con el calor del mediodía en el Caribe o que el haber puesto el detergente en la nevera no fuese resultado del un descuido. ¿Voy al médico del barco o espero a llegar a Nueva York? ¿A quién le dejo mi colección de libros antiguos, mis pinturas, los ahorros, las propiedades, el amor incondicional que a tantos profeso? Las lentas y difíciles contestaciones a todas aquellas inquietudes y preguntas fueron despachadas de mi consciencia por el recuerdo de la cena. Ni los gusanitos, lombrices, bacterias o el virus eran los responsables. ¡Qué susto! ¡Qué alivio! La noche anterior me había “jartado” de remolachas. 


CUERPOS QUE TRABAJAN MEJUNJES

Macoco se encomendó a Yaya para que le comunicara a Pucho que Chachi estaba en camino con un mejunje hecho por Pecotao. Mejunje de malos olores no querían en Rincasina y, mucho menos, en manos de Chachi. Con un escalofrío de mensajero, a Mayombe y Mayú no les tomó tiempo en saber lo que por allí venía; empataron unas flores de malamadre con hojas de malagueta y las pusieron a soltar el aroma, a fuerza de agua y alcoholado. Por el camino de la Cócora, Chachi olió los poderes del sahumerio, trató de despojarse, no pudo; soltó el mejunje, cayó de rodillas y remeneó su cuerpo por buen rato, tiró trompetillas y el poder del mejunje destruido por los vomitos de Chachi, que le caían encima al mejunje. Al otro lado de la Cócora, Pecotao presintió que su mejunje no tuvo efecto; no pudo controlar los gases, le salían sin parar.



CUERPOS QUE PLANCHAN

El cadillo no paraba de enredarse en las patas de los cabros, los hería; desangraban. No había santo ni sahumerio que acabara con las agujas de la maldita semilla. .\ Desde Rincansina, pasando por La Cócora, hasta Cimarrona, cabro que por allí corriese, cabro que moría. Mayombe trató de cortar sus raíces y el cadillo volvía. Mayú trató de ayudarla, y nada. Fuego por todo el pastizal atrajo a los blanquitos del pueblo, molestos porque las cenizas ennegrecieron sus almidonadas camisas, faldas, guayaberas y sábanas. Echaron DDT o algo así que apestaba. Mayú y Mayombe sonrieron de lejos: sabían que al cadillo nadie ni nada lo mataba. Hasta que un día, Tembandumba, harta de las quejas de los duques de la mermelada y las señora emperifolladas, decidió bajar donde Mayú y Mayombe. Ellas la vieron, pura densidad en el aire, gaseoso, y la sintieron. Se les metió por dentro. Las jamaqueó un rato, tiró al piso a bailar culebras, sacó vómitos y espumas; confirmó su presencia. A Mayú y Mayombe no les gustaba mucho que Tembandumba bajara -gracias a todos los santos, lo hacía pocas veces-, es que las dejaba de cama. Tres días más tarde, después del bembé y Tembandumba desaparecer de allí para luego, y que, aparecer por Jobos, Mayú y Mayombe encontraron a los cabros caminando entre las traicioneras matas, evitando tocarlas, comiendo cadillos sin herir sus patas. Cuando los blanquitos de Guayama volvieron por Rincansina y Cimarrona, al ver los diestros cabros que ya no desangraban, decidieron regresar al pueblo y planchar sus propias ropas.

MÚLTIPLES VOCES
MÚLTIPLES VOCES

Allí estaba ella a su lado, sonreída, observándolo a él que decía que no aprobaba la homosexualidad de un amigo pero que no lo rechazaba cuando en realidad lo que quería decir era que no aprobaba mi homosexualidad, pero que no me rechazaba, no porque se creyese a sí mismo lo que él decia, pues él nunca tuvo voz propia y ahora era la voz de su mujer, que a su lado sonreía sin decir nada, feliz de  que él tratara de avergonzarme con su discurso moralista y yo sabia que era la cafretona peleona que lo mandaba a que me dijera eso, porque ellla no tolera que yo tenga control sobre mi vida y no le hago caso, ni permito que ella, una negrita de arrabal con ínfulas de ser chic, me controle, a mi que tengo gustos finos y como chocolates de primera y  escargots frescos y no de latas y el pato que cosumo es orgánico y casi crudo en lonjas, acompañado por los mejores vinos de todo sitio y ella que solo come mondongo y vive del otro y me envidia porque soy un hombre con gustos impecables, sobre todo, incontrolable, mantengo la calma y lo oigo y la miro a ella, sonreída mientras olía el gas que los chocolates después de los escargots me causan.  


(de la colección de relatos Gasesosos, en marcha)

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