El Stone Wall abrió la grieta. Lo que ha venido después la ha seguido expandiendo, para poder ver lo que hay detrás de la misma; incluyendo el producto de un proceso colonizador. Ya, ni somos pecadores, ni enfermos mentales, tampco, ilegales; mucho menos marionetas de la gente heterosexual y sus ideas sobre la cultura. Para algunos, por lo menos, la "narrativa" que discute lo que esconde la grieta ha cambiado.
La colonización no se limita a la simple toma de tierras o imposición de códigos y procedimientos de un pueblo sobre otro. Lo que experimentan los miembros de una colonia (geográfica y/o mental) no lo sufren/viven por igual todos los miembros de la sociedad colonizada. Se multiplica el efecto colonizador entre aquellos que, dentro de la colonia o en la metrópolis/narrativa colonizadora, viven en los márgenes del poder: mujeres, grupos minoritarios, étnicos, raciales, lingüísticos, sexuales.
Una lesbiana latina involucrada en la alfabetización de mujeres pobres en un barrio se refirió a un grupo de jóvenes gays que asistieron a una reunión, como un grupo de “loquitas”*. El diminutivo delataba el desprecio que ella sentía por aquellos hombres; desprecio que también se encuentra entre hombres gays cuando hablan con tono despectivo, cargado de un señalamiento vulgar hacia las lesbianas, refiriéndose a ellas como “machúas”. Algo parecido se encuentra entre gays en Puerto Rico que no van a tal o cual bar porque no es de “su clase”, bares que para cualquier extranjero gay resultan ser tranquilos y nada peligrosos. La única razón para no ir, es que a esos bares van los gays de clase trabajadora o de piel más obscurita.
Una vez esos grupos entran en un proceso de liberación, sus tratados y planteamientos abordan y cuestionan las relaciones entre la metrópolis colonizadora (puede ser geográfica como mental) y la colonia, incluyendo cómo les afectan a estos grupos al margen del poder las dinámicas coloniales, y las estructuras que sirven para excluirlos de la participación completa en los vaivenes de la dada sociedad.
La alta tasa de suicidios entre jóvenes gays se puede explicar en términos de la patología donde el “self hate”, sublimado o abiertamente expresado, forma parte del sentido de identidad que tienen los mismos. En la situación que crea la colonia multiplicada, ese joven gay no sólo se enfrenta a su sexualidad, tiene que enfrentarse a las historias e imágenes distorsionadas que la metrópolis presenta sobre sus otras identidades de grupo.
Es ahí donde la grieta se expande: los miembros de estos grupos entran en un análisis múltiple de las relaciones; un análisis, no dudo, que es más complejo que, por ejemplo, el que harían hombres heterosexuales blancos, descendientes directos de los colonizadores o los “intelectuales” que controlan la narrativa oficial.
Esa grieta permite ver el plano personal y colectivo: cómo les afecta su forma de ver el mundo, el interior y y el colectivo, comunal; aquello que los coloniza, incluyendo a los que sirven de instrumentos en el proceso colonizador -aquí se me sale el veneno: no soporto a los homos "comemierdas" que juegan a ser protoburgueses, liberados en lo personal, pero que, en cuanto a los otros, pues que se jodan, y que sigan detrás de la grieta. Algunos de estos últimos me recuerdan a los que Visconti recreó en su película Los Malditos, los que votaron por Trump y hoy están perdiendo derechos adquiridos después del Stone Wall, los que apoyaron a los militares en la guerra sucia suramericana de los 70s, los que justifican a las clases poderosas, cultas y elegantes, que luego, cuando "la cosa se pone color de hormiga brava", empañetan la grieta y los entierran.
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