Quien ha sentido el deseo de sucidarse, llega un momento que no debe dejar escapar: cuando pasa a la próxima sensación, el odio. Con la sensación de suicidio el cuerpo, mente y alma (y todos los demás componentes del humano) están enjaulados por el deseo de desaparecer, una sensaciòn concéntrica, pesada y obscura, que se apodera de todo el ser. Algunos desear ahogarse en sí mismos; otros quieren explotar, y están los que quieren volar, no en busca de libertad, sino entregar el control de su ser al viento. Cada una de las formas que desean usar está ligada a cómo se sienten: toman venenos o se ahorcan o tiran al mar o se pegan un disparo o saltan al vacío desde un techo. En mi caso ha sido explotarme. No lo hago porque espero al próximo paso: sentir el odio. En esa etapa, el ser va de estar ofuscado consigo mismo a desplazar sus sentimientos hacia el otro o alguna situación en particular, transformándose en ira, rabia. De ahí puede moverse a un próximo estado: la angustia que no motiva ni suicido ni odio, sólo haber sentidos ambos. Luego, o llora o toma un té de tilo o se acuesta a dormir y tiene pesadillas o sueños dulces o simplemente, ni se da cuenta, cual bebé que una vez pudo haber sido feliz.
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