Thursday, April 11, 2019

JÁJOME HEIGHTS (CRÓNICAS) /CONT./

JUEGOS IMPROVISADOS

En casa no había muchos o casi ningún juguete, fuera de los que regalaban en Reyes; y como todo niño, crear juegos era cuestión de usar la imaginación. Es ahí donde el cubo y la gotera son recordados como juguetes o juegos que estimulaban la calma, mantenían ocupada la curiosidad, ayudaban a crear un cuento. El cubo estaba puesto directamente debajo del roto por donde entraba una gota de agua durante una lluvia torrencial, y la gota se separaba del resto del agua que corría sobre el techo de zinc, entraba por el roto y caía en el cubo que estaba sobre el muy diseñado linóleum que cubría el piso de madera lleno de rotos. Mi juego consistía en pasar el dedo bien rápido sobre el cubo y ver si lograba destruir la gota. Las flores del linoleum eran rojas, blancas, amarillas, verdes, violetas, azules, negras; hacían juego con las que la gota mojaba: una lindas rosas que crecían en el patio; las que ponian en el cubo para que se mantuviesen frescas. La gota no quería seguir con las demás en el chorro de agua que caía sobre el techo, se colaba por el roto del techo y saltaba dentro del cubo y mojaba las rosas. A la gota y al linóleum le gustaban las flores.  

JUGUETES HECHOS A MANO 

EL tío Cecilio era gruñón, franco, estricto y católico ortodoxo, cualidades que no contradecían su compasión, generosidad y caridad. Cuando vivía en NY era una de las dos casas -la otra era la de mi hermano- donde iba a celebrar las fiestas de Navidad. Con ellos me sentía que tenía familia en la ciudad que nunca duerme. Marcela, su esposa, preparaba unos pasteles de masa navideños que dejaban puro placer en el paladar, y me guardaba dos o tres yuntas, para comer en su casa y para llevar conmigo. Mi tío Cecilio me dio uno de dos regalos que nunca olvido: el primero que mi hermana Ana cosió en su Singer: un pantalón con tirantes; y el segundo, un caballito de madera que él, con su amor incondicional, me construyó. Ahí guardo las fotos, en una vestido con el pantalón que no me quitaba ni para dormir, y en otra, al lado del caballito de madera. Sigo vestido con el pantalón y jugando con el caballito de madera, hechos a mano. 

JUEGOS Y JUGUETES DE NENAS, VARONES Y ENTRE MEDIOS

De niño, disfrutaba jugar con los carritos de metal, en particular los camiones,  coloridos y brillantes; correr bicicleta, teresinas: todos juegos y objetos asociados con los juegos de varones. A escondidas, jugaba con jacks hasta que el vecinito me delató. Menor que yo y más ingenuo, le pidió a la mamá que le comprara un set de jacks; y ella, sorprendida, le dijo que no, que esos eran juegos de niñas. 

Por encima de la verja, al oír aquella conversación, me sentí desnudo, avergonzado, creo que boté los jacks y no volví a jugar con ellos o quizás me escondía en el baño (al igual que Lloréns, aquí la memoria pierdo) y allí tiraba la bolita y en el rebote trataba de coger la estrellita de metal; practicaba tan importante destreza manual. 

De los jacks me moví a la cuica, brincar la cuerda, y tampoco fui muy buen saltador. Más de una no podía saltar; si aumentaban las cuerdas, mis pies se enredaban y tenía que abandonar los saltos (sigo igual de torpe con mis pies, hace unos meses me llevé de por medio los Limoges de mi amigo el sicólogo). 

Mi amiga la pintora, Marie, quería una teresina/patineta con manubios como regalo de Reyes. Le regalaron una muñeca. La odió y nunca jugó con ella. Su mamá se apoderó de la misma; a su manera, adulta, la madre jugaba con la muñeca: la vestía como si fuese su hija para luego sentarla en una esquina del sofá. Allí, en el sofá, permanecía hasta que le cosiesen nuevos trajes, sin poder distinguir su papel: objeto decorativo o reemplazo de la hija con comportamientos, gestos y gustos de varón. Marie, de adulta, compensa sus deseos reprimidos a través de símbolos que usa en sus pinturas y dibujos; entre ellos, hermosos trompos que giran en el aire (no pinto, pero también compenso la represión, vergüenza que sufrí, con una bolsita de jacks que debo tener escondida en algún baúl en mi armario). 

Mi estimado amigo, el sicólogo, colecciona muñecos de todo tipo, y se encuentran lo mismo sobre sus mesitas en la sala como en su ordenador o libreta de teléfonos. Es que, como bien él dice, hay muñecos y hay muñecos. Que le rompa una de sus Limoges le es indiferente. Que me le acerque a uno de sus muñecos puede ser guerra declarada. 

Sus muñecos en las mesitas, su bien ordenada y decorada casa refleja aquellas casitas de muñecas que ayudaban y ayudan a entender y manejar el mundo doméstico de los adultos. No en balde hay tanto decorador y arquitecto gay: nos gusta jugar a las casas, de mamá y papá (sobre lo que aprendí cuando jugaba de mamá y papá no puede ser relatado en este libro serio, llenos de juicio moral). 

Es harto conocido y estudiado que los juegos y juguetes reflejan las culturas y periodos históricos en que éstos se llevan a cabo, las razones e ideologías que subyacen el porqué son fomentados, sus funciones económicas, sociales, psicológicas, género, etc., etc., etc. También reflejan las inclinaciones de los niños y su visión del mundo 


Lo mucho que tuve que leer sobre este tema cuando estudiaba pedagogía me sirvió para reflexionar sobre los jacks, trompos y muñecas durante mi niñez en el homofóbico, culturalmente claustrofóbico y caluroso pueblo caribeño. En estas épocas tecno-formuladas, bordea en lo alucinante lo penetrado que están los juegos de video, militares y violentos, en la vida de los adolescentes y niños, en particular, entre los varones. 

Jugamos todo el tiempo; y lo lúdico de los juguetes y juegos ayuda a aprender a manejar el mundo serio (de serlo) de los adultos. 


(del libro inédito Jájome Heights)


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