Saturday, April 13, 2019

EL INSTITUTO CERVANTES, MAGGIE WHITE Y YEYITA LA BEMBETERA

“Era (el alma de Rubén Darío) más bien húmeda y lánguida, como el trópico en que naciera. Y muy infantil. Lo que digo en su elogio. Un alma de niño grande, con todas las seculares añoranzas indianas”. (Miguel de Unamuno)

Que la cita anterior tenga poco que ver directamente con el esayo que sigue es cuestiòn de leer desde las colonias, antes y después de las independencias de las nuevas naciones, o desde el Instituto Cervantes y lo que el mismo representa.

Con lenguaje programado, ascendente, controlado, llano -alguna que otra oración en lenguaje figurado (una símil por aquí, una metáfora por allá)-, los textos escritos en equipo, publicados por los grandes conglomerados editoriales (en español hay una o dos compañías que controlan el mercado: ambas españolas ligadas a otras instituciones afincadas dentro de cierto modelo político y económico; al punto, que en sus libros llaman a la guerra del ‘98, la Guerra de Cuba. De Puerto Rico ni se acuerdan o no deben o no quieren o no se lo permiten). Estos libros escolares retrasan el desarrollo de los lectores, homogenizan el lenguaje y coartan las posibilidades de los estudiantes a convertirse en lectores capaces de descifrar textos más complejos, diversos, de disfrutar de lo que es tratar de averiguar lo que dice el autor. 

Critico tras crítico de los mismos sugieren que ese tipo de lector es el que quieren los “grandes póderes”: casi máquinas, al servicio de los cocorocos. Las escuelas élites resuelven ese problema, incluyen otros libros, y, dado el hecho de que la mayoría de esos estudiantes proceden de las clases medias altas, son expuestos de distintas maneras a las formas y contenidos variados del lenguaje impreso. Los menos pudientes dependen de padres que reconocen esa necesidad y, algunos, buscan ayuda fuera de las escuelas o como hicieron los padres de Alexandria Ocasio-Cortez (véase entevista que le hace a la joven politica el reconocido autor afro-americano Ta-Nehisi Coates en Youtube), los matriculan en escuelas que le proveen esas alternativas o más recursos externos en sus comunidades. (Siempre me pareció muy raro que el programa en City College que más trataba de proveer esas oportunidades a los estudiantes en los barrios de Nueva York, el Community Education en el Programa de Educación Bilingüe, fuese eliminado y reemplazado por uno de alfabetización de adultos, donde los padres aprendían a leer y escribir, pero no a ver la educación de masas en masa, que le ofrecían a sus hijos. Cuidado con algunos educadores bilingües, a saber a quiénes le sirven.) 

Durante un curso sobre el aprendizaje de la lectura y escritura, muchos de los estudiantes de pedagogía nunca habían sido expuestos a textos con autores individuales, mucho menos libros escritos para profesionales en su campo, en español: densos y cargados de ideas, estudios científicos, reflexiones abstractas, múltiples formas de escribir en el idioma de Mistral. Ante ese problema, seguía el excelente modelo, método de “cohesión textual”, y pasaba unas cuantas sesiones preparando a los estudiantes para que le “metieran diente” a Freire, Iglesias, Ferreriro, Teberosky, Cárdenas, Ruiz de Mantovani, Martí, Hostos, y otros que hoy no recuerdo, y que no pienso ir a buscar en mis antiguas bibliografías para completar esta lista.

Recuerdo dos anécdotas, entre muchas: una estudiante lesbiana fuera del clòset que me dijo frente a su pareja después de haberse graduado: “Usted es el único hombre que me ha hecho llorar”, para nada resentida, agradecida por haberla llevado poco a poco a no perderle el miedo a leer en español. No recuerdo, pero no dudo, como hago a veces, le respondí en “dialecto gay” y me “partí” (si usted no conoce esa sub-cultura desde adentro, investigue qué quiere decir partirse o traduzca del inglés, “gender fucking”). La otra anécdota, publicada anteriormente en este blog, tiene que ver con los poemas de Palés Matos, Guillén y Cabral y la diferencia que hacen las distintas lecturas a las que han sido expuestos los estudiantes dentro de un entorno cultural y la comprensión de los mismos. 

A veces, las estructuras y procesos internos del lector dependen de ciertas experiencias que trascienden la palabra escrita; que Maggie White de Middle America podrá sacar la puntuación más alta en los exámenes normalizados, pero nunca podrá mover las caderas de la misma manera que Yeyita la Bembetera, la de la 116 y Tercera, cuando leen textos caribeños. Puede que a la Maggie White se le haga más fácil sufrir frente a la literatura depresiva -calcos de los “uropeos”- de mucho autor suramericano, pero ese es otro cuento; otro estudio en gestación. Y ese asunto no le precoupa a los conglomerados editoriales españoles ni a su agente en el exterior, el Instituto Cervantes. 

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