Wednesday, April 10, 2019

JÁJOME HEIGHTS (CRÓNICAS)


LA PRERA (PUERTO RICAN RELIEF EMERGENCY ACTION) 

El olor de leche hervida impregnaba la cola que hacíamos para recoger galletas con mantequiila, queso, y un vaso de leche gratis, calientita. Sonreíamos y agradecíamos un buen sustento por la mañana. Si no, no comíamos. Quien hoy -tantos escritores puertorriqueños que se burlan de la PRERA- juega con los sentimientos, se mofa de la pobreza o de los distintos otros, no conoce el agradecimiento, el hambre. No lo creen, los que me han conocido de adulto, pero de niño pasé hambre. Las fotos son las testigos: flacos, no por estar a la moda, porque a veces, sólo comíamos en el Puerto Rico de los cuarenta y cincuenta lo que nos daba la PRERA. 

EL CRIOLLO Y LA PARDA

“Antes de la antigua carretera de Cayey a Guayama ser embreada, nosotros ya teníamos a Mayito. Lile vino después.” -don Santiago Rivera Burgos nacido y criado en las sínsoras de Cayey- “Cuando los americanos llegaron al puente de la carretera hacia Jájome, ya habían tomado a Guayama. Los soldados españoles abandonaron todo y cogieron para los montes. Se veían subir. Se perdieron por todos lados, y diciendo que eran de aquí. Jájome, Carite, Beatriz, Cercadillo, todo esto se llenó de ellos. Si no, iban presos." 

Don Santiago Rivera Burgos era peón en la fincas en Jájome y Carite, cuyos dueños eran los padres de doña Teresa León Cartagena, abuela Teresa. No es de dudar que el apuesto don Santiago, abuelo Chago, su físico y educación, impresionaran a doña Teresa y sus padres; quien, a pesar de que la guapa y bien criada abuela era heredera de grandes fincas -las que luego, cuando los Estados Unidos de América trastornó más la economía isleña, tuvieron que vender-, dado su fisonomía parda,  no tenía todo el estatus que exigían los criterios raciales y sociales de la época, que fueron compensados, casándose con un peón de ojos azules y pelo castaño: el criollo y la parda. 

JÁJOME NO FUE COLLORES

Cuando salí de Jájome no fue un viaje como el de Lloréns Torres: "en una jaquita baya por un sendero entre mayas". Salí en una pisicorre por una carretera llena de curvas, flamboyanes, "arropás de cundiamores". Idílicos los llamó un reconocido escritor, “urbano de guasas”, a los hermosos campos que comprenden esta zona de Cayey. Para aquellos que tuvimos que abandonar esos campos, lo idílico es la reacción menos sentida. Las fincas son hoy el “playground of the rich, the beautiful and the well connected.” 

Salí de niño junto a mis padres y hermanos como resultado de los nuevos vaivenes económicos que trasformaban la isla durante los años cuarenta. Ya no quedaban fincas donde vivir como agregados y menos suficiente tierra para heredar. El fenómeno económico de aquella época no incluía a los dueños de pequeñas fincas ni a sus peones. O vendías o te hundías más en la miseria. Las ideas social demócratas del gobierno de turno nos echó a la suerte: unos para el norte, otros para los cañaverales o los arrabales de San Juan. 

Mi padre escogió los cañaverales cerca de Guayama, y a trabajar “to’ el mundo”. Los más chiquitos a la escuela y los más grandes a ayudar con el sustento. Si la familia era grande, los más pequeños podíamos aspirar a una mejor educación. Los mayores trabajaban para ayudar a sostener la familia. Allí no terminó la odisea. Ese patrón de desplazamiento se había convertido en variable constante del nuevo modelo económico. 

La caña no era futuro para todos, ni de capataz ni de picador. Las fábricas que reemplazaban la caña no podían emplear a todos los parados y muchos menos si no tenías diploma de escuela superior; y los hijos de muchos de aquellos jíbaros a duras penas podían terminarla. Una vez más, a moverse hacia nuevos nortes: el ejército, Nueva York. 

Cada desplazamiento sigue una muy trillada y repetida sentencia: toda acción tiene una reacción. Y dicha reacción no sólo la experimenta un nuevo modelo económico. La vivimos en carne propia los desplazados. Los que por alguna razón tienen un tesón de acero y una red de apoyo la superan y hasta triunfan. Otros, los que además del desplazamiento tienen que enfrentarse a cuáles y qué tipos de problemas familiares o sociales sufren el aceleramiento de sus torbellinos: deterioro colectivo e individual. Este fenómeno ha sido extensamente discutido y recreado. Incluso, también ha sido motivo de burla y desprecio por parte de literatos, sociólogos y otros que desde lejos lo observan. 

"Recordar es vivir" decía el locutor de un programa de radio dedicado a la música jíbara.  Recordar es no olvidar dicen otros. ¿Recordar qué? ¿Lo idílico de Jájome y el bohío de Lloréns Torres o el desplazamiento de cientos de miles de personas sin ningún tipo de consideración por las consecuencias que tan frías decisiones generan? Muchos superaron las consecuencias de las migraciones de los años cuarenta. Muchos, no. Generación tras generación de vidas perdidas y patologías reproducidas en los guetos de ciudades en los EEUU, caseríos y barriadas de Puerto Rico sirven de evidencia de que todo no ha sido color de rosa. 

Recordar puede ser matizado y distorsionado por nuestros deseos o por nuestros miedos advierte Milan Kundera en su novela La Ignorancia. Recordar puede ser recurso para evitar el que se vuelvan a cometer abusos por fríos gobiernos completamente desligados de su gente y sin ningún ápice de deseo de incluirlos en sus nuevos proyectos. Lloréns soñaba con su Collores, la memoria filtrada cual personaje de Kundera; mas no perdió de vista lo que lo llevó a ver la gloria como "sueño vano. Y el placer, tan sólo viento. Y la riqueza, tormento. Y el poder, hosco gusano.” 

(del libro inédito Jájome Heights)

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