“Si no tienes nada bueno que decir, no lo digas”, dice el dicho popular; pero simepre algo se ha dicho. Hoy culpan a las redes sociales de crear bochinches y fomentar la violencia. Culparlas de lo que son cualidades humanas, quejas o elogios, es no querer ver la paja en los ojos propios y ajenos. Esta reflexión la motivó mi encuentro con una ex estudiante que durante uno de los periodos más vulnerables de mi vida -el SIDA matando a mi roommate, amante, amigos, la incapacidad para terminar mi tesis de doctorado, mi cuerpo lleno de llagas por causa de la psoriasis, mi pareja y yo al borde de matarnos el uno al otro-, se aprovechó de mi situación, pretendió ser mi confidente y yo caí en la trampa; sólo para conseguir un apartamento casi regalado, matrícula gratis con los “waivers” que conseguía cuando yo colocaba los “student teachers” en su aula, escribir su tesis de maestría en español cuando no era aceptado por el departamento académico a cargo de las tesis, y tomar cursos en español reemplazando los que ella en inglés no podía entender ni aprobar. Con el tiempo me di cuenta de quien era ella, y me enteré por otros, lo que estaba diciendo sobre mi persona a otras personas en el mundo académico para congraciarse con ellos, treparse. Mantuve la cortesía hasta que un día iba yo por mi vecindario, donde ella también vive, y la vi hablando con unos vecinos. Cuando me vio que me acercaba, me dio la espalda ni para que me acercara. Decidí en ese momento que ni la volvería a saludar. Hoy, años más tarde, iba caminando por los Heights y me la vuelvo a encontrar; fijó sus ojos intesamente en mí, a propósito -sabe que no la saludo y que he hablado de ella-. Yo la ignoré porque con mi violencia basta.
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