El jovencito de 12 años y su amiguito en Quebec se estaban burlando de un hombre que pasaba por la calle, nada fuera de lo común a esa edad, cuando se está aprendiendo a distinguir entre cómo se trata a quién sea, fuera de los padres o adultos conocidos, y no era una ataque directo al hombre, solo imitaban su caminar con dificultad. Sus padres estaban en otra habitación y el único adulto que los vio fui yo. Cuando se lo comenté a uno de los padres, estos regañaron a los dos muchachos, y me preguntaron que por qué no les había dicho nada. Les dije que no creía que esa era mi obligación, que no era algo tan crítico. Me dijeron que no, que ellos sabían que yo no lo hubiese hecho por hacerle daño a sus hijos, sino por el bien de ellos. Luego le dijeron a los dos chicos que me pidieran perdón por haberme puesto en una situación tan desagradable, y así lo hicieron con lágrimas en los ojos. Les di un abrazo y los consolé. En gran medida me recordaron a mi crianza, donde mis padres me hubiesen "matado" si me burlaba de alguien y en un mundo donde los otros adultos podían llamarle la atención a un menor. Tan distinto a una mujer que una vez regañó fuertemente a un señor mayor y sacó favores en cara, en medio de un velorio, por el señor haberle dejado saber a su esposo, un pariente menor del seños -ni con groserías, ni delante de nadie, lo hizo en privado-, que lo había dejado plantado. En Puerto Rico, dentro de cierta subcultura arrabalera, las mujeres se meten en los asuntos de los maridos y hasta le buscan conflictos, y que nadie ni se atreva llamarle la atención a sus hijos. Cuestión de clase y crianza.
Friday, May 31, 2019
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